lunes, 26 de diciembre de 2011

Entre los dedos



Hola. Escucha sin detenerte. Sigue escuchando. Ahora sabrás porqué. Ahora recordarás cuándo dejaste de estar aquí y te fuiste más allá del instante. Lo que le pasa a las manos se debe a muchas más razones..

Es lo habitual, todo el mundo lo sabe. Dibuja uno con lo que tiene a mano, cuando está feliz y cuando está triste. Algunas veces cuando se está solo. Cuando se tiene compañía, no se considera obligatorio, pero no suelen abundar esos momentos. Se juega con él cuando no se tiene hambre y cuando se está hambriento. De otra manera nunca lo tocas--a menos que se tenga sed de trazos.

Mientras tanto, entre la cordillera y las vías ferroviarias están los cuerpos que escriben, beben y ríen, los que se acurrucan y ovillan cuando el frío, y los que saltan de roca en roca. Las burbujas dentro de la espuma y las olas, que hunden y reflotan todo tipo de buques, fantasmas y tesoros. Pero no sólo eso. Su sonido nos da un tiempo de invierno, algo que ver al abrir las ventanas de par en par, para sentir la sal en el aire, para saber quiénes somos, buceadores de la piel. Y la mesa incondicialmente inconfesable, la que permite la presencia, incluso las correrías, de los monstruitos de los posos escucha los tientos de los dedos, las manos; percibe la presión de los codos y cómo estos aguantan los hombros, el peso de la cabeza, tal vez de algunos pensamientos difusos o inesperadamente pesados, longevos e incómodos. Tal vez uno de esos gatos vigila, alerta, para protegerla de los peligros de un jardín de cables. De ahí, otra vez, los pájaros.

Dentro de uno de los vagones continúa la conversación, tan llena de miradas, de Michelle con Leung. El guerrero de terracota va llenando los kilómetros de sonidos suaves y ásperos. Una voz arenosa, casi crujiente, que atraviesa un río de sombras cada vez que responde una pregunta. Dentro de ellas se guarecen, imaginando soluciones.

Las personas no son tan tozudas como los hechos, que no construyen diques ni caminitos de piedras blancas. O tal vez sí. Pueden ser obstáculos en una carrera sin pista ni finalidad aparente. No es imposible entonces que nos sorprendan todo tipo de circunstancias inesperadas, que no sepamos qué hacer con ellas. No saber si agarrarlas -¿cuál sería su pescuezo?-, o ignorarlas (sin llegar a saber la forma de una sensación, ni lo que llega a contener)

Se puede recordar algo más, semejante a un latido: “En la mañana que sucede a la noche, me enamoro de la luz del día”, solía decir Genesis P’Orridge. Y seguir el paso de las nubes.

(Imagen: Devta Singh)

martes, 22 de noviembre de 2011

BAKU






El devorador de sueños, TRRRzine#1 de Bólido de Fuego
Muchas gracias a Martín López, Esteban Hernández y Gnomo.

miércoles, 24 de agosto de 2011

El tiempo en las venas



Uno de esos días, en una selva recóndita, llena de fantasmas malgaches, de aullidos o temores, las palabras caminaban solas.

Alguien ahí, en las afueras, se dedicaba a releer el libro de los momentos, y a escribir con trazos de tiza el futuro del verano.

El sabor del sonido quemaba las suelas.

Esa mañana fue como si nada. Fue como no se pensó. Fue algo más que eso. Cómo no, alcanzamos el instante de las preguntas batientes, en rasantes, inclinadas curvas de monociclo. Así fue, tan a menudo que se convirtió en una serenata periódica, nada molesta y siempre vistosa. Pero no íbamos a comentar estas cosas, hoy no.

Este día es un miércoles que continúa lo que se inició. Un miércoles que rápido avanza hacia el viernes, de ahí el viernosismo certero que late desde un tercer día de la semana. Un miércoles de porque sí. Y ahí estamos, saludando, en principio, desde un tren que se pega a las faldas de un monte, que divide llanuras en fronteras o que simplemente, tal vez, no sabe qué hace con sus pasajeros.

En la cafetería hay dos personas, al menos, platicando, una es Michelle, hablando de Sara. La otra, si fuera una persona, es un guerrero de terracota en traje de incógnito. El guerrero es más que una promesa, tan fascinante como un entierro milenario puede dar a entender, lleno de una tranquilidad que se agrieta con risas demasiado jóvenes, que agitan la conversación, los acontecimientos, el horizonte.

Michelle ya no está pensando en otras personas, no está pensando en nada más que en fango por modelar, en los ojos de brillo huidizo del guerrero. Llamame Leung, le dijo. Si quieres. Estaban todavía a muchos kilómetros del destino, apenas recordaban cuándo comenzaron a hablar, ni porqué. Yo soy Michelle. Encantado. Igualmente.

Los molinos de viento proporcionaron la minipausa imprescindible a toda presentación formal. Y fue cuando el tren tosió con un bandazo, y así se tocaron. Era menester, y, si no, de qué otro modo puede empezar una bonita conversación, dirían algunos. Cómo inventarse que una persona que es otra está soñando con los ojos de una cabeza que escolta el sueño funeral de un emperador. Y cómo explicarse lo que viene a su vez.

Cuando Leung regresó al Club del Movimiento Paulatino, esperó durante horas que apareciera, por lo menos, una brisa de Michelle, pero no sucedió, por más que lo deseara.

Unos cuantos días más tarde recibió una llamada. Entonces dejó la ciudad por varios años.

A la vuelta, otra vez dentro del verde. Nadie vino, nadie que fuera ese flequillo, ese pelo, esa mirada ni esa voz. Nadie que indicara el origen de las migas, de los límites de un cuerpo a la misma persona, nadie que hiciera subir tantos peldaños en un latido. Conoció un Sincesar. Un abanico casi innumerable de sonrisotas, suspiros y bochornos, y se la pasaba muy bien, y qué más daba.

Leung, el soldado de terracota, esperaba por fin dejar de hacerlo. Quizás algún día, cuando nadie lo sepa del todo.

Porque es así como las cosas suceden. Un día de esos de monociclos, de olor de papaya verde, de pleno verano antes de septiembre y por supuesto,octubre, un miércoles que nada avisa de su propio viernes, Michelle vio a lo lejos a Leung, en el mercado, junto a los sacos de colores de las especias. Se fue acercando como una carta que lleva escrita muchos años en la cabeza y llega aún más tarde, se fue acercando como una viernosa llamada impulsiva a deshoras, como una máquina de pulsaciones, hasta que Leung se giró, sonriendo. Cuánto tiempo, dijo, antes de abrazarla.

Eso fue lo que me dijeron. Lo que se cuenta de esos dos que vuelven, de cuando en cuando, a las mesas inconfesables de jade.
--
(Imagen: Cabeza de dragón,Devta Singh)

viernes, 22 de julio de 2011

miércoles, 22 de junio de 2011

Back Derek


De ahí los pájaros

Y el son de sus alas.

domingo, 5 de junio de 2011

Nudos


En la explanada de los signos, la taquimecanógrafa esculca las nubes en busca de códigos radiogramados. Ahí, los silbidos no son más que un rastro del viento en las ramas, en el cuello de las jirafas. De ahí los pájaros. El laberinto es una manera de ver las ramas, las hojas, las ventanas que dan, siempre, a algo. Qué nos da una ventana. Un paso. Una planta de cuestiones sin resolver. Una baraja batiente de posibilidades.

Y las cosas se modifican a cada sorbo, modificadores de conductas, modelando realidades.

Como siempre, otra vez, esperando el fondo del vaso para leer con el primer parpadeo.

Y al mismo tiempo mirar a lo lejos, moviendo los hilos que nos separan de la tierra.

Y esperar, un rato más.

Porque nunca se sabe.

Nunca se sabe por dónde sale el sol, en esta explanada.

Ni el motivo por el que no se aceptan apuestas.

domingo, 29 de mayo de 2011



You will not be able to stay home, brother.
You will not be able to plug in, turn on and cop out.
You will not be able to lose yourself on skag and skip,
Skip out for beer during commercials,
Because the revolution will not be televised.

The revolution will not be televised.
The revolution will not be brought to you by Xerox
In 4 parts without commercial interruptions.
The revolution will not show you pictures of Nixon
blowing a bugle and leading a charge by John
Mitchell, General Abrams and Spiro Agnew to eat
hog maws confiscated from a Harlem sanctuary.
The revolution will not be televised.

The revolution will not be brought to you by the 
Schaefer Award Theatre and will not star Natalie
Woods and Steve McQueen or Bullwinkle and Julia.
The revolution will not give your mouth sex appeal.
The revolution will not get rid of the nubs.
The revolution will not make you look five pounds
thinner, because the revolution will not be televised, Brother.

There will be no pictures of you and Willie May
pushing that shopping cart down the block on the dead run,
or trying to slide that color television into a stolen ambulance.
NBC will not be able predict the winner at 8:32
or report from 29 districts.
The revolution will not be televised.

There will be no pictures of pigs shooting down
brothers in the instant replay.
There will be no pictures of pigs shooting down
brothers in the instant replay.
There will be no pictures of Whitney Young being
run out of Harlem on a rail with a brand new process.
There will be no slow motion or still life of Roy
Wilkens strolling through Watts in a Red, Black and
Green liberation jumpsuit that he had been saving
For just the proper occasion.

Green Acres, The Beverly Hillbillies, and Hooterville
Junction will no longer be so damned relevant, and
women will not care if Dick finally gets down with
Jane on Search for Tomorrow because Black people
will be in the street looking for a brighter day.
The revolution will not be televised.

There will be no highlights on the eleven o'clock
news and no pictures of hairy armed women
liberationists and Jackie Onassis blowing her nose.
The theme song will not be written by Jim Webb,
Francis Scott Key, nor sung by Glen Campbell, Tom
Jones, Johnny Cash, Englebert Humperdink, or the Rare Earth.
The revolution will not be televised.

The revolution will not be right back after a message
bbout a white tornado, white lightning, or white people.
You will not have to worry about a dove in your
bedroom, a tiger in your tank, or the giant in your toilet bowl.
The revolution will not go better with Coke.
The revolution will not fight the germs that may cause bad breath.
The revolution will put you in the driver's seat.

The revolution will not be televised, will not be televised,
will not be televised, will not be televised.
The revolution will be no re-run brothers;
The revolution will be live.

(Gil Scott-Heron, The Revolution Will Not Be Televised, 1970)

martes, 10 de mayo de 2011

El sabor del sonido



Hoy

Estamos tomando un café. O mejor, varios. En dos tazas que se van rellenando poco a poco. Las mesas van cambiando de forma y materiales. A veces son de mármol blanco como el de los bancos de la cocina; de madera, de railite; algunas otras, el cristal, ahumado o transparente. Las hojas son de cuadernos viejos o reventados, llenos de notas, semillas, tierra, hojas recogidas de los parques. El café es ,digamos, confuso; comprobamos la diferencia de texturas entre uno solo a uno con azúcar: las manchas, de color nogalina, extienden el desayuno por nuevas rutas, abriendo caminos en la blanca espesura del mantel, o el barniz, si no hubiese mantel ni rayas ni cuadros. Y seguimos. Más tazas para más sillas.

Ha pasado el mediodía.

Vayamos hacia la terraza de Robert, donde las gaviotas tropiezan con el son de sus alas. Entremos en la espuma de la corriente con un giro de muñeca; sobrepasamos la esquina con una salpicadura. Dejémonos tragar por las olas hasta encontrar el fondo y los tesoros. Respiremos, sí, bajo el mar, Y continuemos los pasos, hasta una formación de rocas que esconde un naufragio sin fantasmas, un museo de coral y bancos de peces de colores, unos tentáculos fugaces que apenas se ven. Y un cofre.

Arrancamos, hacia arriba, soltamos una esquina del cuaderno, y encontramos la cerradura, y entonces dibujamos una llave. No sirve. Otra llave. Tampoco. Y por fin, el cofre nos dice, impaciente, que dibujemos un caballito de mar, que sí sabrá como llegar hasta allí. Ahí dónde, preguntamos. Donde se convence a los bloqueos, donde se abren los pestillos, donde las puertas se abren con educación, responde. Ah.

El cofre no está exactamente vacío: está lleno de algas, de cangrejos que vuelven al mar a toda prisa, está lleno de algas que expulsan algo parecido a humo, como diminutas chimeneas de una ciudad transportable. Las conchas brillan, todavía húmedas, y la madera respira sostenida por los clavos oxidados. Parece que no hay nada más que ese mundo.

Un silbido nos hace girar las cabezas y nos señala unas dunas, tras la que se ve algo en movimiento. Se escuchan unos ruidos, como los que hacen los niños en el patio de un colegio. Aparecen un par de ellos, con máscaras de tela, y nos saludan con las manos. Todo eso ocurre minutos antes de que una tormenta tropical de primavera ataque la playa y borre todo rastro de lo que acabamos de leer. Hasta ahora.

Sentados, uno delante del otro, volvemos a llenas las tazas, liberando las líneas a cada movimiento de los dedos; el papel sorbe los trazos y bebe las manchas. Ya habrá alguien que lea los posos. Y los sueños.


(Ilustración: Xëlon)

lunes, 9 de mayo de 2011

lunes, 2 de mayo de 2011

Entre las rocas


Hay un mundo llamado del Misterio Verde, en el que sí pasan las cosas, en ocasiones, se dice, es por una buena razón.

Como cuando una explanada deja de tener límites. Como cuando la brisa es el aliento sobre una mesa inconfesable. Piruetas que semejan sonrisas.

Un lugar donde los objetos nos dicen que a lo mejor pueden llegar a ordenarse, de esta y otras maneras. Y hablar de las piezas en fuga, de los fantasmas y de los puntos de vista.

Porque nunca se sabe cómo llegaría a ocultarse un mundo si no se despliega antes, si no es conocido para olvidarlo.

Y así, en torno al cuello de los pasos, se van.

Hasta ver otras plumas del dragón. Dicen.

miércoles, 20 de abril de 2011

Para Beto



Un abrazo a mi familia y amigos de Tacatón.

miércoles, 6 de abril de 2011

Cuentos Voltaicos de la Nada Salvaje.


Para crg

Los nerviosos tentáculos de las nebulosas se ocultaron con rapidez. En la claridad continúan sumidos en la incógnita del mensajero en la botella digital.

Siguen pues, los pasajeros, escribiendo, manteniendo el rumbo, la ruta; si pudiera ser, el sentido.

¿Se acuerdan del ruido bonito de los niños gritando en los patios de las escuelas? Supongamos que sí: ocupan varias aulas, suben y bajan escaleras y vuelan como ecos en los parques y las esquinas. Miran por las ventanas, arrojan biberones al asfalto o arrancan hojas de árboles gigantescos y diminutos al tiempo.

Inmensos como los ratos en una hamaca imaginaria. Pero cuándo. Defina dónde. O lo que desee. O cómo lo desearía.O descanse. Si quiere. Si lo necesita. Si apetece verlo como una costumbre, y como ese balanceo continúan los pasos, el vuelo y el tronar de los sueños, o la marimba de las cascadas. Aquel estanque de prisa donde la garza encontró el reflejo de su calma.

Onomatopeyas de hechos ocultos. Cómo van a sonar, si nada sabemos aún de ellas. Practicar antes del futuro. Algo más. Algo diferente a lo que se espera. Todas las veces. Si es menester.

viernes, 1 de abril de 2011

viernes, 25 de marzo de 2011

La ayuda más rápida que puedes dar es ahorrar energía


(vía Flora y fauna)

En Tokio y zonas limítrofes, avisos de ahorro de energía son visibles por todas partes. Los apagones van y vienen, el servicio ferroviario ha bajado su ritmo, y los negocios usan menos luz. Los anuncios luminosos y los ascensores han sio desconectados, incluso algunos locales de pachinko han acortado sus horas de juego. En Twitter, una comunidad de diseñadores gráficos ha creado un montón de posters, animando a la gente a ahorrar energía. Este es uno de ellos.

En esta página puedes ver más carteles: Pink Tentacle.

Enlace al resto de carteles en tumblr (en japonés) Setsuden

miércoles, 23 de marzo de 2011

Mundos sin fin.


(Historieta de Juan Carlos Eguillor)

lunes, 21 de marzo de 2011

Es tiempo de ángeles


Peter Saville, New Order, Technique, 1989

Nunca. Quizás. Cómo saberlo. Quién sabe si corretean, cruzan, en vuelo rasante, el Mar de los Breves, el Ancho Mar de los Silbidos. Quién sabe si los acogerá en su totalidad la cúpula del trueno. O el Suponer. Quién sabe cuándo los dedos se dejan llevar por lo necesario o por el capricho, por el gusto o la forma de una mesa, de una taza de café, por un viento que dice algo más que mover las hojas. Nadie sabe de lo que es capaz un cuerpo, decían.

Niñas calabaza en Morelia o cerca del Liffey, con las alas pintadas en los muros de mar, donde los volcanes nevados, o donde las olas de piedra. En todas partes las plumas se agitan. Si hacen falta las alas. Tal vez.

Tatsuro Kiuchi, The Vienna Boy´s Choir/Hitoiki

Ocurre cuando el silencio reina y cuando está a punto de llegar la risa. Cuando una paradoja invade lo real y lo desactiva cortando los circuitos, los engranajes con un parpadeo nada ilusorio.

Sucede cuando la actividad se sobrepone al no hacer ni decir. O cuando, al contrario, se gana terreno a la marea de lo inacabable.

Pasa todo el tiempo sin pensar, el que rebosa planes del porvenir, futuras construcciones que habitan las certezas erradas.

Otto Sander in Wings of Desire (Wenders, 1987)

Pero sigamos caminado sobre nubes. Creándolas. Apagándolas. Sigamos midiendo el grosor del hielo y de las preguntas a punto de olvidarse.

En las alas de la canción, sobre ciudades de paso. Cerca. A ese lugar donde se accede de una forma -tan distinta- a transcribir un mensaje secreto.

¿Qué dice un cuervo que no dice nada?

martes, 15 de marzo de 2011



No les hablamos
de la Ley a las flores
de primavera
pero caen y se esparcen
y regresan al polvo


(IKKYU SOJUN (1394–1481), trad. de Aurelio Asiain. Imagen: "Monos en un árbol de caquis" de Mori Sosen (1747-1821))

sábado, 12 de marzo de 2011

No me alcanza el tiempo


(Muchas gracias, Rita Guerrero)

Quiero entenderte pero no puedo ir más ya
quiero darte todo pero no me alcanza el
tiempo

Todo tiene la grandeza grave de tu
corazón
pero es demasiado fuerte para
alcanzarte a ti

Tengo lo que más se parece al amor y
no sé
si realmente es la soledad lo que llevo
aquí

Te puedo ver en el espejo, te puedo
imaginar
llegando hasta el cielo pero no me
alcanza el tiempo

Entro a la calle una vez más
veo a la gente y es siempre igual
Creo encontrarte una vez más
dulces miradas me hacen callar

Quiero entenderte pero no puedo entrar
en ti
es angustiante todo ese dejo de frialdad

No es tan complicado todo como se ve
solo necesitas abrir tu corazón

Estás ahí y no te puedo tocar
soy fácilmente decepcionable, soy aire y
polvo

Me podría escapar y no sentir más tus
sueños
pero todavía no es suficiente lo que
tengo que soñar

Entro a la calle una vez más
veo a la gente y es siempre igual
Creo encontrarte una vez más
dulces miradas me hacen callar.

(No me alcanza el tiempo, Santa Sabina.
Imagen: Howl, Ed Ruscha, 1987)

lunes, 7 de marzo de 2011

De un país en llamas.



Contar palabras, observar acciones, esperar inicios, confirmar secretos, confiar en los dedos y la muñeca, marcar a fuego las nubes del cielo de plasma, incendiar el mar con tizas. Contar el tiempo. Respirar.

miércoles, 2 de marzo de 2011

El robot del faro


Para Lucía

El mecánico-mayordomo solía contar una historia que iba modificando. Otras veces contaba también las razones para no escribirla, que también iban cambiando de aspecto, los motivos para los años que transcurrieron sin que nadie supiera de su existencia. El cuento habla de una carrera en la que se marca una línea sobre una plataforma. A un metro de esa frontera, una más profunda, una caída de centenares de metros. Nadie debía sobrepasar la línea. Nadie sabía del precipicio.Todos caen, excepto el robot del faro, el único que sabía lo que podía llegar a ocurrir. Desde arriba, empieza a dar consejos, según las habilidades de cada unode los participantes, que finalmente se salvan, sin excepción. A esa caída le llaman tiempo, solía finalizar ante el fuego, la linterna o el asombro..

Las nubes no reparan lo que está pasando en este arrecife.  Observan qué ocurre, sin intervenir hasta que llueve. Desde el acantilado miran las formas y sus contornos. Es la mejor hora del día, cuando no estás (como ahora, como después), y no piensas que vas a adivinar el resto de lo que sigue. Es la mejor hora de la noche. Sin pensar lo que se le olvida al viento, sin pensar que hay diferencias, que sólo hay posibilidades. Otra realidad manifiesta, una línea muy, muy tenue ligada desde entonces a este libro que se deshace las manos, cada vez vuelve a ser arena, chispazos que no llaman a la corriente.

El robot vuelve a mirar el jardín, sus verjas, las preguntas enredadas, y es, ese, casi siempre, el instante en que se va caminando; poco a poco, siguiendo un sendero de piedras,  a mirar las olas y escuchar sus voces.

lunes, 21 de febrero de 2011

Jim el lagarto

Érase una vez una persona zurda que subió a una escalera para verlo todo desde más alto -"pues en otro caso, habría bajado", dijo el gusano Nadadenada, quien, everybody knows, era una oruga, aunque sigue siendo la misma historia, cuanto apenas- Al final de la escalera no encontró un fantasma ni un secreto, ni siquiera la cabeza de un maniquí parlante de su infancia inventada en un comic inédito. No.



La ventana estaba tan alta que tuvo que auparse más de la cuenta para llegar a ver algo de todo desde más alto, instante este en el que un bastonazo del sombrerero hizo callar ¿a la oruga? Entró en su propio momento de dudas, ruegos y preguntas y supo que the higher they come, the harder they fall, cambiando la canción cantada por Jimmy Cliff en aquella película llamada "Más dura será la caída", o algo parecido.El lirón continuaba entre sueños, y a nadie se le ocurrió decorar con mostaza la nariz de un ser tan amable.



Entonces decidió bajar de la escalera, salir por la puerta del patio trasero y pisar el césped. Después rodeó la casa, y, alzándose desde un montón de troncos cortados para una chimenea sin construir, trepó hasta el techo con cuidado de no romper la tubería ni los cristales de las ventana. Mirando hacia el interior de la casa, llegó a ver parte de la escalera y el inicio de un par de puertas semiabiertas. Jim el lagarto sesteaba en una de ellas, sin pensar en fuegos ni pastelitos. Ni rastro de aquel gato profidén; hay dientes,sin embargo, tan hechos polvo que parecen catedrales boca abajo vistas desde muy cerca. Eso pasa cuando no piensas sin pensar en fuegos o pastelitos, reflexionó, aunque a nadie que estuviera cerca le hubiera parecido nada semejante, ni mucho menos hubiera confundido tal juicio con un ronquido digno de ese nombre.



El techo era de lajas de pizarra. Las nubes se levantaban como suelen decir algunas estrofas poco conocidas mientras el sol comenzaba a deslumbrar en modo apoteósico a prueba de fallos. Una variante técnica surgida tras los oscuros virus medioambientales; en realidad, avanzó el gusano, se trata de autohipnotismo. Cualquier cosa que no sea hipomanía, filón de merde, chasqueó la liebre, masticando un sobrecito de Earl Gray hasta la cuerda. El apoteósico sol, en cualquier caso, barnizó las nubes hasta que parecieron una armada incandescente de barquitos de juguete nadando sobre algas amarillas. Al final, por aquello de la incandescencia, los barquitos se hundieron entre otras nubes grandes como Groenlandia. Visto lo cual, el techo se hundió; y sin romperse ningún hueso y con unos cuantos rasguños ocultos por el polvo y las virutas, abandonó la casa vacía sin considerar lo que acababa de decirse.



El camino de regreso no fue arduo o veloz; ni sudor ni lágrimas; ni sangre ni limoná. Supo que la casa se disolvería en cuanto se girara para verla como se disuelven las imágenes dentro de la cabeza, de modo que no hizo falta apretar el paso. Esperó hasta bajar la cuesta, para no tener que pensar en subir a una torre o a una montaña. Para no ver al nuevo visitante que ya estaba a punto de entrar en la casa vacía.

martes, 15 de febrero de 2011

Al N.E. de Arzew, desde Chez Paco et Isabelle


Otro día a punto de pisar la cola al siguiente. Que es (quién lo diría) mañana. Y es miércoles.

Otra noche llena de nubes viajeras y gotas furtivas. Qué más, ah, sí, redobles certeros que marcan pequeñas colinas, altos en el valle profundo del mar, de los sonidos que forman el verano. Y las olas, que arrastran los tesoros. Al final, se trata de jugar con aquello que abarca la mano, y un poco más allá. Los pinceles son prótesis de la mente, escuché decir a alguien una vez.

Desde este promontorio donde se vislumbra la rarísima estación de Otroño en invierno: se espera con ganas, vaya que sí; el frescor nocturno, el llevar anudada a la cintura la prenda de manga larga en ese paseo de vuelta de una comida, una cena o un sofá. Desde ahí ocurrirán mas cosas que ahora están muy lejanas, y que no se distinguen demasiado de la región llamada Porvenir, pero como dicen sus habitantes, todo se andará.

Los niños se mueven mucho, van cazando gestos fugitivos de seres curiosos e hiperelásticos: tendrías que ver cómo se doblan.

Cómo hablan con las plantas, cómo andan apresurados, camino de una cita que hemos olvidado.

Cómo vuelan las cometas, pendientes de un hilo casi invisible.

Una madeja que llueve.

lunes, 7 de febrero de 2011

jueves, 3 de febrero de 2011

lunes, 31 de enero de 2011